
El control inquisitorial de las obras de historia y filosofía fue lógico corolario de esta actitud: había que cercenar la difusión de la interpretación de hechos históricos, del pensamiento filosófico sobre ellos y del conocimiento de los hechos mismos si aquélla y estos no encajaban en la particular cosmovisión que la Inquisición mantenía como ejecutora de los intereses de la monarquía que la había creado y como presuntamente la más fiel intérprete de la más cerrada ortodoxia.
Por lo que respecta a la historia, la utilización política de prohibiciones inquisitoriales de narración de sucesos históricos, por muy subjetiva, sesgada y falsa que fuera, pero adversa a los intereses y al prestigio de la monarquía, queda claramente evidenciada en la de los famosos Pedazos de historia o Relaciones de Antonio Pérez (1540-1611). Su proceso en 1591 y 1592 por el tribunal de Zaragoza por orden de la Suprema, tras escapar de las cárceles de Madrid, ya había sido el más ilegal, injusto y político de toda la historia de la Inquisición, la cual le condena por blasfemo, rebelde, impedidor del Santo Oficio, sodomita, judío y huído a país hereje.
En cuanto a la filosofía, el control inquisitorial del pensamiento filosófico comienza con el primer Índice, el de Valdés, prohibiendo tres libros de Dialéctica antiaristotélicos. Al no disponer del correspondiente expediente que acaso justificaría la prohibición, hay que suponer que el motivo fue simplemente el mero hecho de serlo.
Bibliografía
Alcalá, A. Literatura y Ciencia ante la Inquisición Española. Ediciones del Laberinto, 2001, Madrid.
Peña Díaz, M. Libros permitidos, lecturas prohibidas (siglos XVI-XVII). Cuadernos de Historia Moderna, Anejo 1, 2002, 85-101.